hemos puesto sangre hemos puesto
el lomo
curvado a la jornada interminable
las manos
duras y lastimadas hasta ya no ser
el sudor
los huesos el alma que se iba sin volver a casa
hemos caído
en sueño en muerte en olvido sin decir de la dulzura
en cierne
sobre la entera tierra que iba a tragarnos
hemos dicho
palabras mezquinas sin llegar a reír
ni aún
llorar lo suficiente
hemos dado
un abrazo tibio medio un abrazo que no contenía
el tamaño
del sueño que sin embargo embriagaba y llevaba
de su
invisible mano
y aún no
fuimos tan duros como se debiera
no recuerdo
haber mirado los ojos de la cumpa
tanto como
debí o necesitaba y aún perdí
o haber
abrazado a los hijos en su niñez evasiva y bella
por todo
eso
amé la
enorme felicidad en su posible
los montes
aún intactos
aún vacante
el alma de la risa
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